Saturday, February 16, 2008

Nacionalismo vs Cultura Universal

Es mucho lo que se pude decir sobre el nacionalismo. Yo soy antinacionalista radical. Ahora bien, a la reacción que surge como oposición a la imposición cultural desde el exterior, no le llamaría nacionalismo, sino una exigencia de libertad frente a la invasión de algunos aspectos culturales que esconden grandes intereses económicos e imperialistas, y, dicha oposición, está justificada sin necesidad de llamarla nacionalismo.

Las culturas de los otros pueblos no pueden ser en principio ni mejores ni peores que la propia. Son simplemente diferentes en muchos aspectos, llegando a ser, incluso, mejores unas culturas que otras dependiendo de sus valores intrínsecos. Por todo ello, el nacionalismo que se cierra ante la posibilidad de incorporar en su cultura aspectos de otra por el solo hecho de salvaguardar su idiosincrasia, sin analizar los aspectos positivos que pudieran hallarse presentes en esas nuevas culturas, cae en un fanatismo etnocéntrico y alienante. Con todo ello, quiero dejar entrever que los valores culturales de un país o nación, no pueden tener un valor intrínseco, sino que están sobrevalorados por los sentimientos y emociones subjetivas que les otorgan unas cualidades más allá de sus valores reales. No se puede prescindir de un factor tan alienante como la tradición a la hora de analizar la cultura de un país. En ella se enmarcan las principales condiciones para que la cultura adquiera esos valores subjetivos que son convertidos en objetivos en virtud de ese mecanismo psicológico -comparable a la fe en las religiones- como es la tradición.

Por todo ello, considero que está totalmente fuera de lugar decir que “Una persona sin nación es una persona sin identidad”. La identidad de las personas está mucho más allá de la lengua, la gastronomía, la artesanía, la tradición o la cultura general en la que se halla inscrita la persona humana. Considero que la verdadera identidad de un ser humano es aquel conjunto de valores personales por los que catalogamos a las personas de valiosas o no. Es decir, de aquellas características psicológicas por las que valoramos a un humano independientemente de su nacionalidad, religión, raza, sexo o cualquier otra circunstancia subjetiva que no pueda constituir por sí misma un valor intrínseco. Creo que en virtud de la experiencia histórica, deberíamos luchar por esa verdadera cultura que es indiferente a las lenguas y tradiciones de cada nación. Me refiero a la “cultura universal” entendida como el estudio de todos aquellos aspectos fundamentales por los que se pueda llegar a conocer las causas de los males que afligen a la humanidad. Tal como decía George Santayana, “las naciones que olvidan su pasado están expuestas a repetirlo”, por ello, la historia está en uno de los lugares preeminentes de la lista al ser imprescindible saber todo nuestro pasado y comprender el comportamiento tan irracional en el que ha incurrido la humanidad tan a menudo. Le seguiría la filosofía, como disciplina indiscutible a la hora de distinguir lo verdadero de lo falso y que abarca casi la totalidad del saber humano y, que acompañada de la ciencia, conforma el pedestal sobre el que se sostiene la cultura universal.

Entender las razones por las cuales el ser humano es ese ser tan frágil y sufridor de tantos males, es el objetivo prioritario y urgente frente al cual se quedan pequeñas y ridículas las culturas particulares de las naciones y por las que se ha derramado de forma estúpida ingente cantidad de sangre. Los nacionalismos sólo pueden tener vigencia frente a las imposiciones culturales que tengan una finalidad encubierta que se salga de la mera ampliación de la cultura. Pero, convertir los nacionalismos en un estandarte al que hay que someterse por tradición, no deja de ser una “autoimposición” que cierra las puertas a los valores culturales que puedan hallarse implícitas en otras culturas, pudiendo llegar a convertirse en un etnocentrismo patológico que entra de lleno en el terreno de la alienación.

Por Ratio.

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